Las numerosas formas y estilos de la escritura a mano (o quirografía) han merecido gran atención, por lo que hoy contamos con una amplia gama de estudios estéticos, psicológicos y científicos, cada uno de los cuales tiene sus propios objetivos y métodos. Además, cada una de las principales familias de sistemas de escritura (europea, semítica, asiática oriental) tiene su propia -y compleja- historia de estilos de escritura. No hay ningún sistema de clasificación universalmente aceptado, y existe una considerable polémica sobre el enfoque y la nomenclatura. Lo único que se pretende, por lo tanto, es presentar algunas de las categorías y las descripciones que gozan de un reconocimiento general, utilizando la tradición de la escritura europea como ejemplo.
Letra libraría. Es una forma profesional de escritura, que cuenta con muchos estilos diferentes, utilizada sobre todo para copiar obras literarias. Es una escritura formalizada, clara y regular, que presenta pocas peculiaridades de los copistas.
Letra diplomática. Comprende toda la amplia gama de escrituras empleadas por los funcionarios y privados como parte de la rutina diaria. Generalmente aparece como una cursiva escrita velozmente, a menudo muy irregular y difícil de leer.
Mayúscula. Varias formas de escritura consisten en letras contenidas entre un solo par de líneas horizontales; se las suele llamar letras capitales. Originalmente, los alfabetos griego y latino sólo tenían este tipo de letra. Las inscripciones cinceladas de los antiguos griegos sirvieron de modelo para la escritura sobre rollos de papiro (que se conservan desde aproximadamente el 300 d. de C.) La forma latina utilizada en todo el imperio romano desde el siglo I se conoce como capital clásica (en contraste con las grandes capitales cuadradas o monumentales, que aparecen cinceladas en piedra en las inscripciones romanas).
Minúscula. Varias formas de escritura consisten en letras que se extienden por encima y por debajo de un par de líneas horizontales. Se las suele denominar minúsculas. La letra minúscula fue una innovación gradual, usada de forma regular por los griegos allá por los siglos VII-VIII d. de C. La forma original (minúscula pura) fue modificada más tarde, cuando se adoptaron las unciales y otros rasgos (como los acentos griegos).
Uncial. Este tipo de escritura fue utilizado especialmente en los manuscritos griego y latinos desde el siglo IV hasta el VIII d. de C. Consiste en unas grandes letras redondeadas (el significado etimológico del término es «de una pulgada de alto»). Una evolución tardía, la semiuncial, preparó el camino para la moderna minúscula.
Nueva cursiva romana. En esta forma de escritura, los caracteres están ligados por una serie de trazos redondeados y fluidos, lo que contribuye a que sea más fácil y rápida. Se encuentra en uso generalizado aproximadamente desde el siglo IV a. de C. y a su tiempo reemplazará a la uncial y semiuncial como norma de escritura.
Visigótica. Es el tipo de letra que predominó en la Península Ibérica entre los siglos VIII y XII. Existe una versión redonda o sentada, que se utilizaba con fines librarios en códices y documentos muy importantes; y existe otra de tipo diplomático llamada cursiva, que se usaba en los documentos corrientes.
Minúscula carolingia. Esta forma de escritura toma su nombre del emperador Carlomagno (742-814), quien la extendió por toda Europa. Tuvo una acogida unánime, por su claridad y atractivo, y ejerció gran influencia en los siguientes estilos de escritura. En España su introducción contó con bastantes reticencias, pero acabó imponiéndose en el siglo XII, sustituyendo a la visigótica libraria. A partir de este período se desarrolla el «alfabeto dual», una combinación de mayúsculas y minúsculas en un solo sistema.
Gótica. Es una evolución de la minúscula carolingia, ampliamente utilizada con muchas variantes hasta el siglo XV. Los trazos redondeados se vuelven más rectos, enérgicos y angulosos. Constituyó el primer modelo para los tipos de imprenta en Alemania.
Cortesana. Se desarrolla en el Reino de Castilla desde 1400 y es la letra típica de la época de los Reyes Católicos. Se usaba en documentos importantes y códices.
Humanística. Esta forma de escritura, derivada también de la carolingia, fue creada en Italia por Poggio (1380-1459) como alternativa a la escritura gótica. Originariamente se la conocía con el nombre de Antigua, lo que refleja la preocupación del movimiento humanista de la época por volver a las antiguas fuentes latinas. Más tarde constituyó la base para las letras romanas de imprenta.
Itálica. Esta forma de cursiva inclinada fue desarrollada por el copista italiano Niccoló Niccoli (1364-1437). A su debido tiempo, originó el desarrollo de la letra cursiva en la imprenta.
Procesal. Como su propio nombre indica, ésta es la letra con que se copiaban los procesos en los tribunales de justicia. Aunque sus orígenes se remontan al siglo XV, su vida se prolonga hasta bien entrado el siglo XVIII, usada por escribanos profesionales y notarios en la escritura de oficios y registros. Por su enrevesamiento contó siempre con la oposición de la mayoría: «no la entiende ni Satanás», decía don Quijote.
Letra procesal encadenada. Al escribir, el amanuense no levantaba la pluma del papel entre palabras, lo cual dificultaba extraordinariamente su lectura.
La escritura japonesa
Placer del papel, de la mano, peso del brazo sobre la mesa, la escritura se ajusta al movimiento que la crea. Roland Barthes destaca en «El imperio de los signos» este aspecto esencial de la escritura japonesa y en general de toda escritura.
A través de la papelería, lugar y catálogo de todo lo necesario para la escritura, uno se introduce en el espacio de los signos. En la papelería la mano encuentra el instrumento y la manera del trazo; en la papelería comienza el comercio del signo, antes incluso de que sea trazado. Cada nación tiene su papelería. La de los Estados Unidos es abundante, precisa, ingeniosa; es una papelería de arquitectos, de estudiantes, cuyo comercio debe prever actitudes desenvueltas; tal papelería dice que el usuario no siente ninguna necesidad de investirse en su escritura, sino que precisa de todas las comodidades propias para registrar confortablemente los productos de la memoria, de la lectura, de la enseñanza, de la comunicación; un buen dominio del utensilio, pero ningún fantasma del trazo, del útil; encerrada en su pura utilidad, la escritura no se asume jamás como el desarrollo de una pulsión. La papelería francesa, a menudo localizada en las «Casas fundada en 1.8...», con rótulos de mármol negro incrustado de letras de oro, sigue siendo una papelería de contables, de escribas, de comercio; su producto ejemplar es el borrador, el duplicado jurídico y caligráfico, sus patrones son los eternos copistas, Bouvard y Pécuchet.
La papelería japonesa tiene por objeto esa escritura ideográfica que a nuestros ojos parece derivar de la pintura, cuando en realidad simplemente la funda (es importante el hecho de que el arte tenga un origen escritural, y no necesariamente expresivo). En tanto esa papelería japonesa inventa formas y calidades para las dos materias primordiales de la escritura, a saber, la superficie y el instrumento que traza, a la vez, comparativamente, descuida esos márgenes del registro que forman el lujo fantástico de las papelerías americanas: el trazo excluye aquí el tachón o la raspadura (ya que el carácter se traza alla prima), no existe intervención alguna de la goma o de sus sustitutos. Todo, en la instrumentación, está dirigido hacia la paradoja de una escritura irreversible y frágil, que es a la vez, contradictoriamente, incisión y deslizamiento: papeles de mil clases, muchos de los cuales dejan adivinar en su grano molido pajas claras, briznas aplastadas, su origen herboso; cuadernos cuyas páginas están dobladas como las de un libro que no ha sido cortado, de manera que la escritura se mueve a través de un lujo de superficies e ignora el desteñido, la impregnación metonímica del revés y del derecho (se traza encima de un vacío): el palimpsesto, la huella borrada que se convierte así en un secreto, es imposible. En cuanto al pincel (pasado por una piedra de tinta ligeramente humedecida), tiene sus gestos, como si fuera el dedo; pero mientras que nuestras antiguas plumas no conocían más que el empaste o la separación y sólo podían, por tanto, raspar el papel siempre en el mismo sentido, el pincel, en cambio, puede deslizarse, torcerse, levantarse, realizando el trazo en el volumen del aire, por así decir, tiene la flexibilidad carnal, lubrificada, de la mano. La estilográfica de fieltro, de origen japonés, ha tomado el relevo del pincel: esta estilográfica no posee una mejora de la punta, nacida de la pluma (de acero o cartílago), su herencia directa es la del ideograma. Ese pensamiento gráfico, al que remite toda papelería japonesa (en cada gran almacén, hay un escribiente público que traza sobre amplios envoltorios bordados de rojo las direcciones verticales de los regalos), se encuentra, paradójicamente (al menos para nosotros) hasta en la máquina de escribir: la nuestra se apresura en transformar la escritura en producto mercantil: pre-edita el texto en el momento mismo en que se escribe; la suya, dado el gran número de sus caracteres, no alineados en letras sobre un solo frontal agujereador, sino enrollados sobre tambores, apela al dibujo, a la marquetería ideográfica dispersada a través de la hoja, en una palabra, al espacio; de esa manera la máquina prolonga, al menos virtualmente, un verdadero arte gráfico donde ya no existe un trabajo estético de la letra solitaria, sino una abolición del signo, arrojado en banda, al vuelo, en todas las direcciones de la página.
1 comentario:
Cada vez se esta perdiendo mas y mas la escritura a mano.. Ya los niños en los colegios utilizan ordenadores... A mi de pequeña me encantaba escribir con pluma y tinta
Saludos
Natalia
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